miércoles, 30 de mayo de 2018

Tenerife isla o mujer



Soy altiva y orgullosa.
A veces dura como las rocas de mis acantilados, 
otras blanda como la arena de mis playas.
Árida como la tierra del sur, 
o fértil como la del norte.
Cortante como las aristas de mis restos volcánicos,
o suave como la hierba que inunda mis campos.

Guardo en mi interior un volcán de amor y calor
que ruge con ansias de salir al exterior, 
de ver la luz del sol 
en lugar de esconderse en mis entrañas  
por miedo a herir a alguien.

Solo la aparente frialdad de las nieves
que me visitan de tiempo en tiempo,
logra aplacar mi ira, mi desespero,
y poco a poco, 
a fuerza de doblegarme,
me voy apagando, dejando de existir, 
y solo muy de tarde en tarde 
escucho un latido suave en mi interior, 
como queriendo advertirme que
la fuerza sigue ahí, 
esperando.

Mis hermanas me envidian o dicen envidiarme.
Me imitan  o dicen imitarme.
Me admiran o dicen admirarme.
Me ven fuerte y bella,
con la cabeza alta, 
siempre mirando al cielo.

No son capaces de ver el temblor de mis entrañas, 
el fuego que corre por mis venas, 
provocándome más de un susto; 
el frío que hiela mi soledad altiva,
el temor que siento ante un posible rechazo de los míos 
si no soy capaz de darles lo que desean: 
Fuerza, bienestar, serenidad y paz.

Pero eso solo lo sé yo,
nadie debe conocer nunca
las debilidades de esta isla 
perdida en mitad del Atlántico
y a la que, a veces, golpean las olas sin piedad.

©Luisa Chico