Hoy
toca hablar de folcloristas.
En
los albores de esta mañana de finales de marzo llega al Taro del este el primero de muchos artículos que hace tiempo
deseaba escribir. Artículos donde resumir el paso por el folclore de muchos
folcloristas, a veces casi anónimos para el gran público, que merecen que su
historia sea contada, porque gracias a ellos nuestro folclore musical se hizo
grande.
Y
comienzo esta serie de artículos hablando de una gran cantadora nacida a
finales del siglo XIX a la que me unen vínculos familiares, por lo que comenzar
hablando de ella en estos artículos era de obligado cumplimiento, me refiero,
como no, a doña Josefina Marrero.
Josefina
Marrero fue la segunda esposa de mi abuelo paterno, y crecí escuchándola contar
reiteradamente las mil anécdotas que su paso por el folclore habían dejado en
su memoria, ya bastante deteriorada, a lo largo de toda mi infancia, en los
muchos días que pasé con ella y mi abuelo en su casa de La Tirada, la casa
donde se crió mi padre y sus hermanos y que fue testigo a principios de siglo
de muchos bailes de los denominados de taifa.
Sonrío
ahora al recordar que cuando publiqué mi primer libro de folclore, “Agacheros”, un conocido del pueblo al venir a
felicitarme me dijo que le había sorprendido saber que escribía y sobre todo mi
vinculación al folclore, pero que…, claro al ser yo nieta de Josefina Marrero
era normal que la esencia del mismo corriese por mis venas. Le dije que en
parte tenía razón, porque aunque no me uniesen lazos de sangre con ella, si era
cierto que las primeras palabras sobre folclore que entraron en mi cabeza se
las debo a Josefina Marrero, aunque las primeras coplas que escuchase cantar
realmente se las escuchase a mi madre.
A
mi madre ya fallecida, Hilda Pérez, que pocas veces cantó en público pero que
sin embargo deleitó con su voz mis momentos de infancia, por lo que siento un
escalofrío especial cuando escucho alguna copla como:
“Del pueblo de Güímar soy,
yo mi patria no la niego,
por eso es que canto y riego,
por donde quiera que voy”.
La
misma sensación que siento al escuchar alguna que otra ranchera de las que
considero mis canciones de cuna.
Por
eso dediqué mi primer libro de folclore a mi madre y a mi hijo, tal como reza
en sus primeras páginas donde dice así: “A mi madre, por haber sembrado en mi la
semilla del folclore y el amor por su tierra. Y a mi hijo porque en su corazón
a germinado dicha semilla para que aprenda a valorarla y conservarla”.
Pero
volvamos al personaje que hoy nos ocupa, doña Josefina Marrero, la gran
cantadora del sur en la primera mitad del siglo XX.
Josefina
Marrero formó parte de la primera rondalla de El Escobonal. Una agrupación que
se formó en el pueblo a finales de los años 40, uniendo a los antiguos
componentes de varias orquestas con los grandes bailadores y cantadores de la
zona, formando la que quedó en el recuerdo de todos como la gran “Rondalla de El Escobonal” y una de las más importantes del sur de la isla.
Josefina
Marrero se unió a ellos siendo una gran cantadora que había triunfado a
mediados de los años treinta de la mano de la “Masa coral tinerfeña”, quienes como ella repetía hasta la saciedad en sus años seniles:
“… me llevaban a cantar a los hoteles,
a Madrid, a Las Palmas, a La Palma… ¡y hasta a los barcos de turistas!”.
Efectivamente,
su buena voz y personal estilo la hicieron recorrer las islas en incontables
ocasiones, llegando incluso a participar en un certamen folclórico celebrado en
la Casa de campo de Madrid, en 1935, al que asistió acompañando a la Masa Coral
Tinerfeña como representantes de las Islas Canarias.
Y
cuentan quienes vivieron de cerca aquel evento en la capital de la nación, que
fue tanto lo que gustó la actuación de la cantadora, que el público puesto en
pie, le pedía un bis entre enardecidos aplausos, a lo que ella quiso acceder
siendo detenida por la directora de la agrupación, quien argumentó que era
preferible dejarles con buen sabor de boca y ganas de más.
También
es cierto que los turistas que se alojaban en los hoteles de la isla o llegaban
al puerto en inmensos barcos de pasaje -barcos de tres chimeneas, como
les llamaban entonces- eran obsequiados con actuaciones folclóricas, y que en
más de una ocasión la voz de la cantadora escobonalera les deleitó entonando
los aires de su tierra. En una de estas ocasiones durante su actuación a bordo
de un barco alemán, un espectador se acercó con un micrófono a la cantadora diciéndole con su ininteligible
español: “… tu canta aquí, tu voz escuchar en Alemania”, no
sabemos si se refería a que estaba grabando su voz para llevarla de recuerdo a
la vuelta del viaje, o si se trataba de alguna retransmisión para alguna
emisora de radio extranjera, porque ella tampoco supo nunca con seguridad para
lo que era, pero contaba esta anécdota con gran orgullo.
Josefina
Marrero Yanes, nació en El Escobonal en 1893, en el hogar de doña Damiana Yanes
Delgado y don Francisco Marrero Díaz.
Desde
muy joven comenzó a cantar en las parrandas y en los bailes que se organizaban
por entonces en domicilios particulares o en casa de cho Juan Amaro,
en La Quebrada. Dicen quienes la recuerdan que: “La gente iba a oírla cantar y quedaba
embelesada, cuando Josefina cantaba hasta el suelo temblaba, porque lo hacía
con aquella franqueza, con la seguridad de que lo sabía hacer, y aquella voz
que era una maravilla…”.
De
su semblanza en el libro “Agacheros” destacaremos este párrafo: “…Fuera de la
comarca, donde más actuaban era en Güímar, en el antiguo cine de arriba. Allí
asistieron el primer año a un concurso de solistas folclóricos con tanta
ilusión y entusiasmo que arrasaron al resto de participantes, consiguiendo el
primer premio gracias a la inigualable voz de Josefina Marrero.
En
sus oídos aún perdura el sonido de esa voz entonando sus coplas preferidas;
coplas como la de esta sentida malagueña:
“Fíjate si era bonita,
que hasta el mismo enterrador
al destaparle la caja
tiró la pala y lloró
y dijo que no la enterraba”.
O
la de la siguiente isa:
“El pintar una paloma,
se hace con facilidad
pero la dificultad
pintarle pico y que coma”.
Esta
mujer cantó a su tierra y a su gente durante años con tanta ilusión y empeño,
que su fama permaneció en el recuerdo de cuantos la conocieron llegando hasta
nuestros días, a pesar de que la falta de medios de entonces no permitieran que
su voz fuese registrada en alguna grabación perdiéndose así el sonido de una de
las mejores voces agacheras.
Doña
Josefina Marrero se retiró del mundo artístico al casarse, algo mayor, con don
Leoncio Chico Viera; las nuevas obligaciones de su vida de casada la alejaron definitivamente de los bailes,
parrandas y escenarios.
Murió
en El Escobonal en 1985 a
la edad de 92 años, de los cuales dedicó una gran parte a cantar y bailar con
gran entusiasmo, y el resto a vivir añorando aquella época.
Finalizaremos
este artículo contando dos curiosidades sobre las actuaciones de esta gran
folclorista. Una es la peculiaridad de que además de cantadora fuese una
excelente bailadora, y que en sus actuaciones cantaba al mismo tiempo que
bailaba. Y la otra era su forma de interpretar la polca del fielatero, en la
cual resultaba toda una sorpresa ver como salía al escenario con una misteriosa
espuerta colgada del brazo de la cual sacaba un conejo vivo, que provocaba la
hilaridad del público, en el momento de la canción en que entonaba la siguiente
copla:
“Si me mata usted el conejo,
se lo digo a mi marido,
él bien contento que está
con este conejo mío”.
El
viernes 8 de marzo del 2013, supe que con motivo de celebrar el Día de la mujer
trabajadora, el Ayuntamiento de Güímar haría un merecido homenaje a nuestra
protagonista, y en su persona a todas las mujeres trabajadoras, no pude evitar
emocionarme.
En
el acto de su homenaje, que tuvo lugar en la Casa de la Cultura de Güímar,
intervino, como no podía ser de otra forma, don Octavio Rodríguez
Delgado, en calidad de historiador y cronista oficial de la zona. Así como
familiares de la afamada folclorista, por desgracia ya fallecida, que se
encargarán de recoger los símbolos del cariño de sus paisanos.
A grandes rasgos esta es la historia de la gran cantadora del sur Josefina Marrero, cuyo nombre quedó inmortalizado vinculado al folclore en la copla de la berlina de El Escobonal, cuyo autor desconozco, que dice:
“A casa cho Juan Amaro,
venían los forasteros,
para cantar la berlina,
con Josefina Marrero”.
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